Saliendo de los callejones

La poca luz que emite la lámpara de la mesilla apenas me permite ver lo que escribo y, la verdad, me importa poco. Lo que más me inspira en estos momentos es el sonido del agua cayendo en la bañera mientras se ducha. Saboreo los últimos sorbos de vino que nos queda, recordando cómo y porqué vinimos aquí.

Nos conocimos hace unas semanas. Ya no recuerdo bien cómo. Es una de esas personas con la que, sin saber muy bien el motivo, la conversación fluye sola, como con vida propia. Empezamos quedando sin pretensiones de nada, un aperitivo y a casa. Otro día ya es una cerveza a media tarde. Al tercero descubres que su mente te atrae como no lo ha hecho otra, que su voz melosa tiene unos efectos que jamás hubiera imaginado.

Lanzamos dardos en cada frase. Nos excita probar la inteligencia de quien tenemos enfrente, y lo sabemos. Al final, todo llega. -Me pones nerviosa- suelta, tras una de nuestras pocas batallas en la que salí victorioso. -Me pones- respondí. Y me besó.

Los días pasan como si fuéramos adolescentes, si es que alguna vez dejamos de serlo. Besos robados en algún callejón oscuro de la ciudad que se intercalan con blasfemias y ruegos al gato que nos observa: no tendrá una cama para nosotros. Nos la dejó.

Mientras la recepcionista nos toma los datos, unas adolescentes esperan a su ídolo en el hall. El mundo conspira para que no dejemos atrás los quince años. Que así sea.

Nos abalanzamos el uno sobre el otro ya en el ascensor. Por mi que no lleguemos nunca y follarnos directamente allí. Pero como dije, conspiran contra nosotros para que nunca seamos adultos. La puerta se abre, mostrando a una señora de la limpieza que ni se inmuta.

Meto la tarjeta en la puerta y la miro. Le pone nerviosa que la mire. Lo sé y sonrío. Me llama imbécil y es como si me hubiera tocado la lotería. Todos esos nervios se transforman en una extraña seguridad cuando me ordena que me desnude. Extraña porque me dijo que era sumisa. Ya veo. Obedezco. Quiero saber dónde me va a llevar esto.

Ya desnudos me tumbo sobre ella, besándonos como si nos fuera la vida en ello. -Quiero que me la metas ya- Sonrío. Me toca -No-. Comienzo a descender por su cuerpo, pero no la beso, la muerdo. Aprendí algunos de sus secretos noche atrás. Llego a su coño, completamente empapado. Ella asegura que nunca se moja tanto. No sé si eso es una excusa o quiere subirme el ego, pero qué más da.

Acaricio su clítoris con la punta de la lengua. Me encanta escuchar como inhala aire en ese momento. Me lo llevo a la boca; es más grande que los que he probado antes y es más fácil jugar con él. Por sus gemidos, diría que está entusiasmada. Y yo encantado, por supuesto. Disfruto de ese característico sabor salado mientras sus dedos se enredan en mi pelo. Parece que en vez de a mí se agarrara al cielo.

Con el último grito su cuerpo comienza a relajarse y su espalda vuelve a tocar la cama. La miro con esa sonrisa que me sale solo cuando he hecho las cosas bien. Ella lo sabe y resopla. Me tumbo encima, aún sonriente -Voy a necesitar un poco de tiempo para el siguiente-. Cuando acaba de decirlo con un movimiento de mi cadera introduzco mi polla dentro de ella -¿Por qué nunca me haces caso?-

Me pongo de rodillas y empujo sus piernas hacia arriba y atrás, que sus rodillas casi estén en su cara. Disfruto mucho viéndola así, abierta, con mi polla en su coño, penetrándola en cada embestida. Sus caras de inmenso placer cada vez que me hundo en ella. Llevo una de mis manos a su clítoris para masturbarla mientras me la follo. Os lo aseguro, no hay mayor obra de arte que una mujer disfrutando.
Hace tiempo que perdí la cuenta de cuántos orgasmos lleva, porque llegado el momento ya es solo puro ego y ya no me hace falta. Pero sí sé que el mío va a llegar y no quiero correrme dentro de ella. Quiero hacerla mía, cobrarle que me ordenara desnudarme. Me pongo de rodillas en su cara, llevando mi mano a su cuello, apretando con fuerza -Abre la boca-. Y es cuando la abre que noto como un relámpago me recorre desde la polla a la cabeza, que vuelve con la misma intensidad y sale disparado en forma de semen a su cara. Boca, mejilla, frente, hasta el pelo queda cubierto de mí.

Con la mano aún en mi polla palpitante observo mi obra de arte un último momento antes de irme a por algo para limpiarla. -¡Inmovilizada por una corrida- Me grita desde la cama, y no puedo evitar reírme. Tras quitarle la corrida de la cara, ella nota la del pelo y me dice que va a la ducha, una ducha que ya acabó: mientras escribo esta frase, ella está terminando de leerla.

Preciosa, ojalá en vez de tu camisa te hubieras puesto la mía. -Para la próxima- susurra. Sonríe, y me besa.

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