Segundas oportunidades

La primera vez que nos vimos fue hace ya algunos años. Éramos unos críos. Yo había salido de fiesta la noche anterior y la resaca era insoportable. Probablemente no volvería a verla hasta después de varios años y no quería perder la oportunidad. Maldita la hora que me dejé convencer para la última ronda de tequilas.

Aquello fue un desastre. No leía bien sus gestos, estaba torpe y descoordinado. Por si fuera poco era -y sigue siendo- una de las mujeres más hermosas que he conocido en mi vida. En la práctica eso significó que aguantar, lo que se dice aguantar, no mucho.

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Goteo

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El aire que se escapa por una garganta aprisionada. Unos ojos que se buscan ávidos, asombrados, incapaces de creer que aquello siga sucediendo. Mechones de pelo que, celosos, desfiguran una bella cara y se cuelan furtivos en aquellos besos que casi parecen mordiscos. La ropa, transformada ya en jirones, se deja llevar por la gravedad que todo lo arrastra, incluido lo que pretendemos ocultar a ojos furtivos -a veces-.

Manos que se crispan. Caricias que se tornan arañazos que aran una piel tersa y dibujan senderos que jamás debieron estar ahí. Unas marcas que recordarán al siguiente que hubo alguien antes, pero que al cabo de un par de días dejarán de estarlo, salvo que un nuevo encuentro los vuelva a tallar.

Gemidos que se deslizan entre el placer y el dolor, indistinguibles salvo para el oído experto. Piernas que se abren, pletóricas, buscando el contacto de quien hace un momento las asediaba a dentelladas. Piel con piel, intentando alcanzar lo más profundo de sus entrañas como si pudiera agarrar su alma y arrancarla de ese cuerpo maltratado para que sea al fin libre.

La frustración de no conseguir tan imposible tarea recorriendo cada recoveco de su ser, escapando por los poros de su piel para tratar de enfriar lo que ya es imposible apagar. Resistiéndose a ser un Sísifo moderno, erotizado y con un nombre ya desgastado por esa boca que no cesa de llamarle.

Solo una puerta queda por abrir y recorrer el laberíntico camino hacia el destino que buscamos. Una puerta endeble, gastada, corroída por el tiempo que apenas necesita un soplo para derrumbarse. Un interior demolido, asfixiante, pero que parece llamarlo con cantos de sirena. Llegados la cima, exhaustos, asumen el final agridulce con un último suspiro que les permitirá fundirse como si no importara que la piedra vuelva, inherte, a la falda de la montaña.

Y será varias horas después cuando una sola palabra le recuerde que, aunque no liberaron su alma, durante un tiempo se unieron ambas dentro de ella. -Goteo-.

Saliendo de los callejones (II)

Le escucho teclear mientras intento mantenerme de pie en la ducha: aún me tiemblan las piernas. Con los ojos clavados en los azulejos, evitando a toda costa un espejo que delate lo irritado de mi sexo, me pregunto, una y otra vez, qué coño hago aquí.

No hace tanto, y sí lo suficiente, que mezclé cerveza helada y miradas nuevas apoyada en el mármol de un bar cualquiera, iniciándome en la conversación banal aliñada de complicidad. Aquel día no pretendía besarlo. Juro por dios que no pretendía besarlo.
No me aguanté.
Un pinchazo me recorría a cada frase cómplice. No se si era aquella pedantería tan suya, el olor dulzón de la colonia o saber que nunca sería mío, pero lo empujé, de madrugada, una y otra vez, en cualquier callejón oscuro de una ciudad sin nombre. Le mordí el cuello y oí subir una persiana. Me masturbó, cara a la pared, espectador incluido.
El azulejo me sigue mirando. El grifo de la ducha me cuestiona qué hago allí.
Sigue tecleando.
Sigue tecleándome.

Me escribe segura, cómoda, dominante a ratos, sumisa casi siempre. Ordenándole, bajo un falso ego, que se quite el suéter, la camisa, el pantalón, los principios. Pero que se deje puestos los finales.
Me escribe a mí. o a alguien parecido. Me escribe perdiéndose en mis tetas, abarcando entre sus dientes mis pezones mientras camina hacía mi coño, seguro, experto. Me escribe perdiéndome en su boca, sintiendo la presión de la punta de su nariz sobre mi clítoris, de su lengua recorriendo cada recoveco de mi coño; profundo, dilatado: todo suyo.
No puedo evitar pensar que me escribe gimiendo, suplicante, follada como ha hecho hace un momento. Sus manos en mis piernas, sujetándolas, acercándolas a mis hombros,  a mi cuello,  a mi sexo. Acercándose a mis complejos. Haciéndolos añicos.
Me escribe acostada, expectante, perdida y deseosa de recibir su orgasmo sobre el mio.

Y ahora me escribe recién salida de la ducha, desabotonándome la camisa, acariciándome el hombro y recostada en su pecho.

Creo que nos escribe felices.

Así se pierde a un amigo

Estaba bastante nerviosa y algo excitada aquella tarde. No paraba de ir de un lado a otro de la casa revisándolo todo, la cama, la silla, mis juguetes… Nada podía salir mal aquella tarde, bajo ninguna circunstancia. Llevaba tiempo fantaseando con la idea y al final me había atrevido a comentarla. Pero voy a empezar a contaros desde el principio para que me entendáis mejor.

A veces cuando me masturbo veo porno, como mucha gente, pero en mi caso gay. No me gusta nada ver cómo se follan mujeres, es como si tuviera que compartir protagonismo con ellas, por lo que prefiero ver sólo hombres y fantasear un poco. Cada una tiene sus gustos. Esto sólo lo sabe un amigo mío gay, llamémoslo Fran, solemos hablar de hombres juntos y el otro día me estuvo comentando acerca de su última conquista. Cuando me enseñó la foto la verdad es que me pareció muy atractivo.

Al cabo de poco tiempo me sorprendí a mí misma imaginándolos follando, cómo lo harían, qué dirían… Total, que al final acababa masturbándome como si no hubiera mañana. En una tarde de borrachera se lo acabé contando y al principio pensaba que me reía de él pero cuando vio que no, me dijo que hablaríamos al día siguiente. Me dejó intrigada pero quedamos en tomar un café.

Cuando nos vimos lo que contó me dejó bastante atónita. Resulta que a su ligue le gustaba que le miraran mientras follaba. Mi amigo no estaba seguro de ello y le daba largas, no confiaba en nadie para dejar que miraran pero que conmigo era diferente. Además yo le valía porque el otro era bisexual. Es bastante diferente imaginarlo que verse de verdad en la situación, así que vacilé bastante pero al final le respondí que sí.

Las reglas eran claras. Quería que fuera en un sitio extraño para que si al final salía mal hubiera menos cosas que se lo pudiera recordar en su intimidad, así que decidimos que fuera en mi casa. Yo no podría hacer nada con ellos, y cuando es nada me refiero a ni saludarles, les abriría la puerta y me quedaría en un segundo plano sin hablar. Además mientras follaran debería estar sentada en una silla y no podría moverme de allí, nada de acercarme a ellos. Me parecieron bastante lógicas, restrictivas pero lógicas.

Así que ahí estaba yo. Dando vueltas algo histérica esperando que sonara el timbre de un momento a otro. Hasta que lo hizo. Abrí la puerta con el corazón en la boca y los vi allí, besándose apasionadamente. Mi amigo con los ojos cerrados, el novio por el contrario me miró de arriba a abajo completamente descarado y sentí cómo me subía la sangre a la cara y me ardían las mejillas.

Me hice a un lado y el novio empotró a Fran contra la pared. Se quitaron las camisetas con avidez y sus manos recorrieron los torsos desnudos del amante. Solo podía pensar en lamer sus cuerpos, quería estar ahí en medio o que al menos me empotraran así, pero sabía que no podía. Mi amigo lo cogió de los pantalones y se lo llevó hasta la habitación. Les seguí y me senté en la silla que había preparado para mí.

Fran estaba tumbado bocarriba con las piernas colgando por el borde de la cama, y el otro sobre él, besándolo. Conforme bajaba besándole el cuello, mordiéndole los pezones, yo me iba calentando más y más. Me iba desabrochando la camisa y acariciándome mientras los veía. Mientras le quitaba los pantalones comencé a acariciarme por encima de las bragas, que estaban ya completamente mojadas.

De rodillas en el suelo, el otro comenzó a lamerle la polla, despacio, desde la base hasta la punta, mirándole a los ojos. No pude evitar el instinto de relamerme. Cuando se la metió en la boca no sabia si me moría de ganas de chupársela yo, de que me comiera el coño con esa cara de satisfacción que ponía o de ambas cosas a la vez. Empecé a acariciarme por debajo de la tela, sin prisa, quería disfrutar de todo el espectáculo.

Los gemidos de Fran marcaban el ritmo de mis dedos. Pero empezaron a ser demasiado rápido muy pronto, debía ser un experto mamador de pollas. Yo no quería correrme aún, así que seguí acariciándome lentamente, masajeándome el clítoris con dos dedos. Mi amigo estaba ya a punto, casi gritaba y empezaba a retorcerse en la cama. Entonces se sacó la polla de la boca y le masturbó mientras Fran se corría por todas partes, sobre todo en la mano del chico.

Aproveché para quitarme lo que me quedaba de ropa. De repente el novio le dio la vuelta a Fran y se pasó la mano llena de semen por su polla y empezó a metérsela a mi amigo en el culo. Nunca habría imaginado que esa cerdada pudiera ponerme a mil. Cogí el dildo, obviamente no iba a necesitar el lubricante que me había puesto al lado, y me puse a masturbarme con él. La manera en la que se lo follaba me transmitía una sensación de dominación que, joder, deseaba que me reventara así.

Era increíble ver cómo se lo follaba y entonces me di cuenta: el chico me estaba mirando a mí. Me quedé descolocada. No sé porqué pero levanté las piernas para que me viera el culo, y empecé a juguetear con mi dedo por la zona. Pareció gustarle y aumentó la velocidad. Había lubricado tanto que tenía el culo mojado,así que decidí meterme el dedo. Él se mordió el labio y se follaba a Fran más fuerte.

Yo me masturbaba con el dedo y el dildo a la vez que él se follaba a mi amigo, mientras me imaginaba que en realidad me la estaba metiendo a mí. Sus gemidos empezaron a ser casi bramidos, pero no paraba de mirarme a mí y yo a él. Estábamos los dos cerca del orgasmo, así que me dejé llevar por las oleadas de placer que recorrían mi cuerpo. Si no nos corrimos a la vez fue por muy poco.

Mientras yo volvía a apoyar los pies en el suelo y a reincorporarme un poco, Fran se fue al baño y el chico se acercó a las toallitas que tenía en la mesilla para limpiarse la polla. La verdad es que me quedé mirándosela y cuando me soltó un -Te ha gustado ¿verdad?- giró su cabeza hacia mí y me pilló. Lo escuché reírse y se acercó unos pasos hasta quedarse casi a mi lado -¿Te gusta?- Intenté articular palabra pero solo pude abrir un poco la boca, por lo que aprovechó para metérmela dentro.

Allí estaba yo, medio tirada en la silla, con el pelo revuelto, un consolador en la mano y con la polla medio flácida de este chico en la boca. No me lo pensé más y comencé a chupársela, suave, mientras notaba como empezaba a crecer dentro de mí. Me puse en una posición más cómoda para mamársela bien, pues estaba ya casi dura del todo -Joder qué bien lo haces- El halago me hizo sentir orgullosa y continué con más esmero.

Me agarró del pelo para levantarme y besarme apasionadamente. Después agarró el consolador y el lubricante para llevarme a la cama. Me puse a cuatro patas pero llevó la mano a mi nuce e hizo presión para que pegara la cara al colchón. Estaba siendo bastante brusco conmigo pero mentiría si te dijera que no me estaba gustando.

Se echó completamente sobre mí, enganchándose a mi cuello con un mordisco, mientras me metía la polla llena de lubricante en el culo y el dildo en el coño. Nunca me habían hecho algo parecido. Me sentía completamente llena y la sensación que me producía cómo se abrían paso dentro de mí, estorbándose ligeramente una a la otra, era espectacular. Era como si fuera incapaz de moverme, solo de sentirme follada.

Cuando acabó de metérmela solté un largo gemido, que cortó metiéndome dos dedos en la boca. No podía hablar ni podía moverme, sólo notar cómo me follaba. Esa sensación de estar indefensa me dio muchísimo morbo. Cerré los ojos y me imaginé que en realidad me estaban follando tres hombres a la vez.

Cada vez que entraban dentro de mí provocaban una oleada de placer que me recorría todo el cuerpo. Mis manos se hundieron en la almohada, con tanta fuerza que se me agarrotaron los dedos. Sus colmillos clavándose en mi cuello, sus gruñidos de animal, las embestidas que cada vez eran más fuertes y profundas era algo que no podría aguantar mucho más.

Mi cuerpo empezó a reaccionar. La espalda se me arqueaba, la cadera se movía al mismo ritmo que él y los músculos de mis muslos se tensaban con mucha fuerza. Subiendo el ritmo, las pulsaciones el placer… Quería chillar, quería gritarle que no parara, quería morderle, arañarle, hacer cualquier cosa que me liberara.

Y entonces llegó. Esa sensación como de vértigo, esa marea que se retira previo al tsunami. Mi cuerpo se tensó de los pies a la cabeza para dar paso al orgasmo que llegó a mí como una avalancha. Una ola de placer que recorrió todo mi cuerpo y me hizo soltar uno de los gritos más fuertes que recuerdo, que ni siquiera sus dedos en mi boca pudieron parar. Acabé tan echa polvo que solo pude desplomarme sobre la cama.

Tampoco pasó mucho más porque entonces llegó Fran y montó un buen número. No me enteré de casi nada porque estaba medio grogui. Solo sé que se fueron dando voces y que a mi amigo nunca lo volví a ver. Perder a un amigo es una putada muy grande y que no os recomiendo, así que si vais a dejar que eso pase, al menos que sea por un buen motivo. El mío lo fue.